José Jiménez
El arte ha estado ligado siempre a la naturaleza, ha sido y es una vía de diálogo e interrogación de todos aquellos elementos del mundo sensible en el que habitamos los seres humanos. Dado que el arte es, en sentido preciso, una invención cultural que se desarrolla en la Grecia Clásica en un período de desarrollo que se fija entre los siglos VII y V a. C., parece importante interrogar nuestro presente y nuestro futuro en relación con el ambiente, con la naturaleza, remontándonos a las raíces de ese proceso. Saber de dónde venimos nos abre los ojos y la mente para comprender a dónde vamos.Nada mejor para ello que volver a hablar con Aristóteles, probablemente el primero que fijó teóricamente de modo preciso y abierto qué es el arte. En Física (194a21), Aristóteles afirma: “el arte imita la naturaleza”. Y más adelante: “Las artes, sobre la base de la naturaleza, o llevan las cosas más allá de donde puede la naturaleza, o representan la naturaleza.” (Física 199a15). No meramente imitar o reproducir, como en algunas fases históricas se pensó, sino representar (lo que implica diálogo) o ir más allá de la naturaleza, de lo existente, a través de la mímesis, eso es lo que hacen las artes. Y, claro, también la reflexión, el pensamiento. Aunque hay un matiz importante: mientras que el pensamiento teórico, la filosofía, busca la verdad, la representación por medio de imágenes debe aspirar en todo momento a la verosimilitud.
El término mímesis ha sido tradicionalmente traducido como imitación, aunque su sentido preciso es el de representación sensible, o incluso más propiamente el de producción de imágenes. Ese sentido queda claramente explícito en la formulación de Aristóteles, en un contexto en el que a la vez afirma la unidad de las artes: “Puesto que el poeta es un imitador [Mιμητὴς, mimetés], lo mismo que un pintor o cualquier otro productor de imágenes [εἰκονοποιός, eíkonopoiós], necesariamente imitará siempre de una de las tres maneras posibles; pues bien representará las cosas como eran o son, o bien como se dice o se cree que son, o bien como deben ser.” (Poética 1460b).
Aristóteles, el discípulo de Platón, será el primero que reconcilie lo que es el planteamiento de una teoría general de la mímesis con la consideración de su valor positivo. Lo que uno encuentra, tanto en la Poética o en la Retórica, y sobre todo en algunos pasos de la Metafísica, es la idea de que las representaciones miméticas no reproducen sin más lo que hay en el mundo sensible, sino que a partir de los materiales del mundo sensible, y con la introducción de las formas que están en la mente del artífice, lo que éste hace es entrar en una dimensión que no es la dimensión de la phýsis, de la naturaleza, sino en la dimensión de lo posible. De aquello que no es ser, desde un punto de vista necesario, pero que puede llegar a ser. El planteamiento aristotélico implica la consideración de un mundo alternativo, donde hay manifestaciones de verdad y manifestaciones de moralidad, y por lo tanto no es un mundo meramente subordinado a la apariencia, como en cambio se sostiene en la teoría platónica.
Es importante destacar que en las maneras de representar Aristóteles distingue entre la reproducción, en el sentido de fijación en la memoria, el planteamiento que se sitúa en lo que se dice o cree, es decir lo que nos remite a la opinión (que en la actualidad podríamos identificar con todos los tipos y soportes de imágenes mediáticas), y por último en la que produce imágenes como deben ser, que es propiamente al que deben aspirar las artes y que implica la unidad profunda entre estética y ética.
Si nos situamos así en el plano de lo verosímil y de una producción de imágenes sustentada en la unión de ética y estética, las artes: el conjunto de las artes, cuando alcanzan un registro de plenitud producen a partir de lo existente imágenes que van más allá de lo existente, nos dan las configuraciones de mundos alternativos posibles. Y esto implica que hoy, en una situación en la que el mundo natural está tan profundamente amenazado por una explotación técnica de los seres humanos sin límite ni control, las artes deben situarse en el primer plano para favorecer vías de conservación y cuidado de la naturaleza en todos sus ámbitos: una naturaleza plena de vigor, como espacio de nuestras vidas, es artística y realmente posible.
Obviamente, no son pocos los artistas de nuestro tiempo que han desarrollado sus obras en esa perspectiva de respeto y diálogo con la naturaleza. En este marco de reflexión, simplemente quiero poner como ejemplo al gran escultor Eduardo Chillida (1924-2002). Su obra escultórica gira a lo largo de su amplio despliegue en una idea que él mismo formuló y que sirve de síntesis: dibujar en el espacio. Con eso se expresa la necesidad de desafiar la fuerza gravitacional de la naturaleza, el peso de los materiales y mostrar en éstos, a la vez que su despliegue espacial, los signos del paso del tiempo: el óxido, sobre todo, convertido en trazo del devenir, en raíz del contraste cromático entre la claridad y la sombra. En alegoría contenida del incesante proceso metamórfico de todo lo existente.
El papel: la madera, la terracota, el mármol, e incluso el hierro, el acero o el hormigón, adquieren, a través de las manos de Chillida, el perfil del aire, el tacto de la ligereza, la suspensión de lo ingrávido. Y de ese modo establecen una correspondencia con los elementos naturales: agua, tierra, fuego, y aire, todos ellos presentes en sus piezas. Aunque el predominio de lo aéreo, la tendencia a la elevación, sea el rasgo distintivo, de una forma de entender la escultura en que parece que ésta tuviera alas.
Esa es la cuestión decisiva: respeto al mundo natural y diálogo con sus formas. Chillida es uno de los mejores conocedores de esa comunicación íntima entre lo corporal y la tierra. En esa vía, el espacio se proyecta como forma de estar en el mundo: habitar. Y en el habitar vuelca el hombre su deseo de permanencia. Aunque eso sí: en sus diversas variantes constructivas la escultura de Chillida presenta siempre la cualidad de la elevación, el impulso de la ligereza. Nos da alas para volar hacia una naturaleza de plenitud. Otra naturaleza, ámbito de vida, fuerza de respiración, es verosímilmente posible, como nos dice el arte.
Arte e natura possibili
L’arte è sempre stata legata alla natura, è stata ed è una via di dialogo e di interrogazione di tutti quegli elementi del mondo sensibile in cui l’essere umano abita. Poiché l’arte è, in un senso preciso, un’invenzione culturale che si sviluppa nella Grecia classica in un periodo di evoluzione che si colloca tra il VII e il V secolo a.C., sembra importante interrogare il nostro presente e il nostro futuro in relazione all’ambiente, alla natura, risalendo alle radici di quel processo. Sapere da dove veniamo apre i nostri occhi e la nostra mente per capire dove stiamo andando.Non c’è niente di meglio per questo che tornare a parlare con Aristotele, probabilmente il primo a fissare teóricamente, con precisione e apertamente cosa sia l’arte. In Fisica (194a21), Aristotele afferma: “L’arte imita la natura”. E più tardi: “Le arti, in base alla natura, o portano le cose oltre la natura, o rappresentano la natura”. (Fisica 199a15). Non solo imitare o riprodurre, come in alcune fasi storiche si pensava, ma rappresentare (che implica dialogo) o andare oltre la natura, ciò che esiste, attraverso la mimesi, cioè ciò che fanno le arti. E, naturalmente, anche riflessione, pensiero. Sebbene ci sia una sfumatura importante: mentre il pensiero teorico, la filosofia, cercano la verità, la rappresentazione attraverso le immagini deve sempre aspirare alla verosimiglianza.
Il termine mimesi è stato tradizionalmente tradotto con imitazione, anche se il suo significato preciso è quello di rappresentazione sensibile, o più propriamente quello di produzione dell’immagine. Questo significato è chiaramente esplicito nella formulazione di Aristotele, in un contesto in cui egli afferma allo stesso tempo l’unità delle arti: “Poiché il poeta è un imitatore [Mιμητὴς, mimetés], lo stesso di un pittore o di qualsiasi altro produttore di immagini [εἰκονοποιός, eíkonopoiós], imiterà necessariamente sempre in uno dei tre modi possibili; rappresenterà le cose come erano o come sono, o come si dice o si crede che siano, o come dovrebbero essere”. (Poetica 1460b).
Aristotele, discepolo di Platone, sarà il primo a conciliare la proposizione di una teoria generale della mimesi con la considerazione del suo valore positivo. Ciò che si riscontra, sia nella Poetica che nella Retorica, e soprattutto in alcuni passi della Metafisica, è l’idea che le rappresentazioni mimetiche non riproducano semplicemente ciò che è nel mondo sensibile, ma piuttosto a partire da materiali del mondo sensibile, e con l’introduzione del forme che sono nella mente dell’artista, quello che fa entrare in una dimensione che non è la dimensione della phýsis, della natura, ma la dimensione del possibile.
Di ciò che non deve essere, da un punto di vista necessario, ma che può diventare. L’approccio aristotelico implica la considerazione di un mondo alternativo, dove vi sono manifestazioni di verità e manifestazioni di moralità, e quindi non è un mondo meramente subordinato all’apparenza, come invece sostiene la teoria platonica. È importante notare che nei modi di rappresentare Aristotele egli distingue tra riproduzione nel senso di fissazione sulla memoria, l’approccio che si situa in ciò che si dice o si crede, cioè ciò che ci rimanda all’opinione (che nell’oggi potremmo identificarci con tutti i tipi e supporti di immagini mediatiche), e infine in cui produce immagini come dovrebbero essere, che è ciò a cui le arti dovrebbero aspirare e che implica l’unità profonda tra estetica ed etica.
Se ci poniamo così sul piano del plausibile e di una produzione di immagini sorretta dall’unione di etica ed estetica, le arti, l’insieme delle arti, quando raggiungono un registro di pienezza, producono immagini che vanno oltre ciò che esiste, ci danno le configurazioni di possibili mondi alternativi. E questo implica che oggi, in una situazione in cui il mondo naturale è così profondamente minacciato da uno sfruttamento tecnico dell’essere umano senza limiti né controllo, le arti devono essere messe in primo piano per favorire modalità di conservazione e cura della natura in tutte le sue aree: una natura vigorosa, come spazio della nostra vita, è artistica e realmente possibile.
Ovviamente non sono pochi gli artisti del nostro tempo che hanno sviluppato le loro opere in quella prospettiva di rispetto e dialogo con la natura. In questo quadro di riflessione, voglio semplicemente prendere come esempio il grande scultore Eduardo Chillida (1924-2002). Il suo lavoro scultoreo ruota tutto il suo ampio dispiegamento su un’idea da lui stesso formulata e che funge da sintesi: disegnare nello spazio. Ciò esprime la necessità di sfidare la forza gravitazionale della natura, il peso dei materiali e mostrare in essi, contestualmente al loro dispiegarsi spaziale, i segni del passare del tempo: l’ossido, soprattutto, trasformato in traccia del divenire, per effetto del contrasto cromatico tra la luce e l’ombra. In racchiusa allegoria dell’incessante processo metamorfico di tutto ciò che esiste.
Carta: legno, terracotta, marmo, e anche ferro, acciaio o cemento, acquisiscono, attraverso le mani di Chillida, il profilo dell’aria, il tocco della leggerezza, la sospensione dell’assenza di gravità. E in questo modo stabiliscono una corrispondenza con gli elementi naturali: acqua, terra, fuoco e aria, tutti presenti nei loro pezzi. Sebbene la predominanza dell’aereo, la tendenza all’innalzamento, sia il tratto distintivo di un modo di intendere la scultura in cui sembra che avesse le ali.
Questa è la domanda decisiva: rispetto per il mondo naturale e dialogo con le sue forme. Chillida è uno dei migliori conoscitori di quell’intima comunicazione tra il corpo e la terra. In questo modo lo spazio si proietta come un modo di stare al mondo: di abitare. E nel vivere l’uomo capovolge il suo desiderio di permanenza. Eppure sì: nelle sue diverse varianti costruttive la scultura di Chillida presenta sempre la qualità dell’elevazione, l’impulso della leggerezza. Ci dà le ali per volare in una natura di pienezza. Un’altra natura, ambiente di vita, forza respiratoria, è plausibilmente possibile, come ci dice l’arte.